Jardines de arena: El orientalismo y la fotografía del siglo XIX
Delacroix, Ingres, Fortuny, Kavafis, Rimsky-Korsakov y un largo etcétera, son, todos ellos, grandes artistas del mundo de la pintura, la poesía o la música; creadores de disciplinas heterogéneas y de dispares tendencias estéticas.
Sin embargo, podemos establecer un evidente nexo común entre todos ellos que explica su relación, y este no es otro que el arrobamiento romántico que, durante la segunda mitad del siglo XIX, halló en Oriente un motivo de inspiración en medio de una Europa hastiada de su propio pasado.
Oriente, en unos casos conocido de primera mano por alguno de aquellos creadores, aunque en las más de las ocasiones se trataba de una quimera o de un apasionado sueño, se convirtió en todo un referente que sugería sensualidad frente a la sociedad práctica de la revolución industrial, que reclamaba imaginación en la Europa del positivismo y aupaba el exotismo como alternativa a la adocenada vida burguesa.
Durante mucho tiempo, en cambio, la crítica ha ignorado como la fotografía también participó activamente de aquellos postulados, y esto es precisamente lo que estos días ha llegado hasta la Casa Árabe de Madrid. Bajo el título de JARDINES DE ARENA, se han reunido un total de ochenta y cinco fotografías pertenecientes al coleccionista Clark Worswick, comisario asimismo de la muestra.
Este conjunto de imágenes, que van desde 1859 a 1905, bien se puede definir por su pintoresquismo, categoría romántica donde las haya, pero también por ser auténticos documentos históricos y antropológicos que testimonian de manera eficaz y directa la vida del mundo árabe en la cuenca del Mediterráneo.
Fotógrafos procedentes de diferentes latitudes, entre los que destacan Robertson, Hammerschmidt, Lekegian, Bonfils, Béchard o Al-Hakim, dan rienda suelta a sus querencias recreándose en un peculiar sentido de la ruina, en la exaltación de un pasado irrecuperable y en la perpetuación de unos modos y unas maneras que se perderían, como así ha sucedido, en la noche de los tiempos.
Costumbres religiosas, tipos ataviados con extraños y llamativos atuendos, paisajes, monumentos y panoramas olvidados para siempre, completan todo un imaginario que, como en su día, sigue despertando en nosotros semejantes inquietudes y parecidos sentimientos, lo que fue y ya no es, lo que somos y ya no seremos...
Javier García Luengo