jueves, abril 25, 2024
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Darwin y Marx dos siglos después

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Hace doscientos años que el científico británico Charles Darwin, por nacer, hizo posible, junto con Alfred Wallace, una concepción del mundo como fruto de la evolución de las especies. A partir de esas circunstancias se abrió polémica, a veces de altos vuelos, que subsiste todavía y es muy probable que siga subsistiendo. Lo que una persona interesada en el análisis histórico no habría sospechado hace dos siglos es que el pensamiento darwiniano iba a quedar ligado en alguno de sus fundamentales aspectos a un dogma ideológico-político en la misma medida que daba la espalda a la fe en un principio divino creador del universo.

Ese dogma ideológico se llama marxismo. Carlos Marx, en efecto, aparte de considerar en algún momento inicial de sus reflexiones que el darwinismo era una doctrina reaccionaria, dijo en una carta remitida a su amigo Engels, el 19 de diciembre de 1860, que la concepción científica de Darwin como base de la historia natural sintonizaba con su propia visión de la Historia. Y Engels más tarde, en su Discurso ante la tumba de Marx, comparó la doctrina de su amigo con el darwinismo desde el punto de vista de su «ley básica de la historia humana», considerando por otra parte que tanto él como Marx estaban influidos por las ideas de Malthus sobre la lucha por la supervivencia de los más aptos en el reino de la Naturaleza y por la propia «ley» de Hobbes de «todos contra todos».

En junio de 1862, Marx le confesaba a Engels que le había divertido comprobar que Darwin encontrara en la vida de animales y plantas un modelo de su propia sociedad inglesa, con su división de trabajo, competencias, comercio y, en definitiva, algo así como un corolario de la «lucha por la existencia» que Malthus tuvo ante su mente.

La tendencia irónica o burlona no abandonó en principio a Engels al entender, en su escrito titulado El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre que la selección natural habría hecho posible que un descendiente de los simios pudiera dedicarse a actividades productivas. Claro que la teoría marxista no se iba a basar en la supervivencia del más apto en la historia humana, sino en la lucha de clases, según la cual no valía ningún esquema en el que una selección natural asegurara sólo a los más aptos la supervivencia y la reproducción.

Posteriormente, pensadores como Kautsky y Plejánov modularon la concepción marxista y se valoró el marxismo como un logro científico comparable o análogo a la teoría de la evolución de Charles Darwin. Es decir, según este enfoque, lo que Darwin hizo con la naturaleza lo hizo Marx con la sociedad humana.

En estos últimos días han abundado los artículos, estudios y comentario sobre la teoría de la evolución, que actualmente se enfrenta al concepto del creacionismo y el «Diseño Inteligente» para explicar el mundo y sus transformaciones naturales. La crítica contra el pensamiento de Darwin subsiste, pero también circula la descalificación de todo lo relacionado con el creacionismo. La Iglesia, en alguna proporción, ha terciado en la polémica, naturalmente en el más ortodoxo de los sentidos. Cobra actualidad un interesante libro publicado hace años por la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC). Y el profesor Emiliano Aguirre, director del equipo de Atapuerca desde 1978 y 1990, ha escrito que Darwin no dejó de ser creyente. Opina este científico que la teoría actual de la Evolución universal no contradice la idea de un acto creador inicial antes del tiempo y del espacio. Habla también de que Darwin distinguió un mínimo de actos creadores, o al menos uno sólo, así como la capacidad de la energía inicial para desarrollarse con diversidad de interacciones hasta dar lugar a sistemas cada vez más complejos. Añade el científico citado que así lo intuyó y desarrolló el jesuita francés Pierre Teilhard de Chardin, paleontólogo y evolucionista, del que la Iglesia católica, hasta ahora, parece que no quiere acordarse.

Lorenzo Contreras

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